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—Sí, con el fuego también—respondió con flema el diablo—. Tenemos días de asueto.

—¿De veras?—exclamó con alegría el hombre.

—Sí, los domingos y días de fiesta se descansa. Y además hemos introducido la semana inglesa: los sábados no se trabaja mas que desde las diez de la mañana hasta medio día.

—¡Vaya, vaya! ¿Y por Navidad?

—Por Navidad, lo mismo que por Pascuas, se dan tres días libres. Aparte de esto se da un mes de vacaciones en el verano.

—¡Vamos, eso es muy liberal!—exclamó el otro con alegría—. No me lo esperaba... Pero dígame, en rigor ¿aquello es malo, lo que se dice malo, malo?...

—¡Tonterías!—respondió el diablo.

El dignatario tuvo un sentimiento de vergüenza. El diablo estaba visiblemente de mal humor; probablemente no había dormido aquella noche, o bien hacía mucho tiempo que estaba mortalmente aburrido de todo aquello: de dignatarios muriéndose, de la nada, de la vida eterna...

El dignatario vió barro en la pierna derecha del diablo. «No son muy limpios», se dijo.

—Entonces—repuso el hombre—, ¿es la Nada?

—La Nada—repitió el diablo como un eco.

—¿O la vida eterna?

—O la vida eterna.

El hombre se puso a reflexionar. En la habitación vecina habían terminado ya el servicio fúnebre en su honor y él seguía reflexionando. Y los que le veían en su lecho mortuorio, con su rostro