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ELECTRA

Electra.—Fué castigada.

Coro.—Sí.

Electra.—Lo sé, lo sé; pues apareció quien cuidaba de los afligidos. Pero para mí no hay nadie, porque el que había me ha sido arrebatado.

Coro.—Eres sobremanera desgraciada.

Electra.—Y yo que lo sé, lo sé muy bien, en esta mi vida, que es un interminable revoltillo de muchos y terribles dolores...

Coro.—Sabemos por lo que lloras.

Electra.—No ya, no me quieras consolar cuando no...

Coro.—¿Qué dices?

Electra.—Tengo ya los auxilios de mi noble y querido hermano.

Coro.—A todos los mortales alcanza la muerte.

Electra.—· Pero ¿acaso en certámenes de veloces caballos, así como aquel infeliz, enredado у arrastrado por las riendas?

Coro.—Imprevista fué la desgracia.

Electra.—¿Cómo no, si en tierra extraña y sin mis cuidados...

Coro.—¡Ay, ay!

Electra.—se le encerró en la urna sin darle sepultura ni ser llorado por nosotras?

Crisótemis.—De alegría, querida hermana, vengo corriendo sin miramiento ninguno, para llegar pronto. Te traigo, pues, contento y descanso a los males que te afligian y tanto llorabas.

Electra.—¿De dónde podrás sacar alivio para mis males, si ya no tienen remedio?

Crisótemis.—Está Orestes con nosotras. Créelo como te lo digo, y tan cierto como que me estás viendo.

Electra.—¿Pero estás loca, infeliz, y te burlas de tu propia desgracia y de la mía?