Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/83

Esta página ha sido corregida
63
ELECTRA

esos mismos, ¡oh Licio rey!, si se me han aparecido como favorables, haz que produzcan su efecto; pero si como adversos, tuércelos en contra de mis enemigos; y si algunos traman conjura para despojarme de la opulencia en que vivo, no lo permitas, sino deja que viva yo feliz, sin temor ninguno, señora de este palacio y del cetro de los atridas, en compañia de los seres queridos con quienes ahora vivo dichosa y de los hijos que no me tienen rencor ni odiosa ira. Todo esto, Licio Apolo, óyeme propicio y concédemelo como te lo pido. Lo demás, aunque lo calle, sė bien que tú, siendo genio, lo sabes todo, pues natural es que los hijos de Júpiter todo lo vean.

El Ayo.—Mujeres extranjeras, ¿cómo sabría yo de un modo cierto si el palacio del tirano Egisto es éste?

Coro.—Ése es, extranjero, bien lo has conocido.

El Ayo.—¿Y juzgo bien al creer que ésta es su mujer? Porque su aspecto conviene a la mujer de un rey.

Coro.—Perfectamente. Ella es la que tienes delante.

El Ayo.—Salud, reina. Vengo de parte de un amigo tuyo, con gratas nuevas para tí y para Egisto.

Clitemnestra.—Acepto el saludo; pero necesito, ante todo, saber quién te envía.

El Ayo.—Fanotes el Focense, con una importante noticia.

Clitemnestra.—¿Cuál, extranjero, dí?; pues siendo de un amigo, bien sé que me anunciarás gratas nuevas.

El Ayo.—Ha muerto Orestes. En resumen esto es todo.

Electra.—¡Ay misera de mí! ¡Hoy me muero!

Clitemnestra.—¿Qué dices, qué dices, extranjero? No hagas caso de ésa.

El Ayo.—Que ha muerto Orestes, te digo; lo mismo que antes.