Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/82

Esta página ha sido corregida
62
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

dar respetos a ésta que de tal manera injuria a la madre que la parió, no siendo más que una muñeca? ¿Acaso crees que puedes hacer todo lo que se te antoje, sin ningún recato?

Electra.—Sabe bien que tengo vergüenza de todas estas cosas, aunque no te lo parezca. Yo sé que lo que hago es inoportuno e impropio de mí. Pero tu aviesa intención y tu conducta me obligan a hacer todo esto contra mi voluntad; pues viviendo con descocados, no se aprenden más que desvergüenzas.

Clitemnestra.—¡Oh ralea impúdica! ¿Conque yo y mis palabras y mi conducta te obligan a hablar así?

Electra.—Tú lo dices, no yo. Tú cometiste el asesinato, y él es el origen de todo lo que hablamos.

Clitemnestra.—Pues por la venerable Diana que me pagarás esa osadia apenas llegue Egisto.

Electra.—¿Lo ves? Ya se llena de cólera, habiéndome dado permiso para decir todo lo que quisiera. No tiene paciencia para escucharme.

Clitemnestra.—¿No guardarás religioso silencio y me dejarás celebrar un sacrificio, ya que te he permitido decir lo que has querido?

Electra.—Te dejo, te lo mando, sacrifica. No acuses a mi boca, que ya no te hablaré más.

Clitemnestra.—Levanta, tú que me asistes, la oblación en que van toda suerte de ofrendas en honor de este rey a quien elevo mis preces para que me libre de los temores que tengo. Ya puedes oir, Febo protector, mi tácita súplica. No estoy entre amigos para hablar en alta voz, ni conviene tampoco que lo revele todo a plena luz, estando en mi presencia ésta, que con su rencor y desatada lengua esparciría falsos rumores por toda la ciudad. Óyeme, pues, así; que de este modo te lo diré. Los espectros que vi esta noche en mi doble ensueño,