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ELECTRA

las manos la cajita de cobre, que sabes tengo oculta en unos jarales, con objeto de engañarlos con la grata noticia de que mi cuerpo ha sido ya quemado y convertido en ceniza. Pues ¿qué pesadumbre he de tener por esto, si, muerto de palabra, vivo para obrar y alcanzo gloria? Creo firmemente que no hay razón mala, si trae provecho; pues ya he visto muchas veces que los sabios se hacían pasar falsamente por muertos, y luego, cuando volvían de nuevo a su casa, alcanzaban mayor honra. Así confío también en que después de esta noticia he de aparecer yo entre mis enemigos resplandeciendo como un astro. Pero, ¡oh tierra patria y dioses regionales!, recibidme propicios para que logre feliz éxito en mi empresa; y tú también, casa paterna, pues vengo a purificarte con la justicia, por mandato de los dioses. No me rechacéis deshonrado de esta tierra, sino ponedme en posesión de mi palacio y riquezas. Esto es lo que os pido. Y tú, anciano, procura desempeñar bien tu cometido, entrando ya en palacio. Nosotros dos nos vamos; porque la oportunidad es el mejor maestro de los hombres en toda empresa.

Electra.—¡Ay de mí!

El Ayo.—Hijo, creo haber oido dentro el llanto de alguna sierva.

Orestes.—¿Será la desdichada Electra? ¿Quieres que esperemos y escuchemos sus lamentos?

El Ayo.—De ningún mọdo. Ante todo hemos de procurar cumplir el mandato del oráculo y, por tanto, hemos de comenzar derramando las libaciones en honor de tu padre; pues esto, digo, es lo que nos ha de dar la victoria y el buen éxito de nuestra empresa.

Electra.—¡Oh purísima luz y aire que envuelves toda la tierra!, cuántos doloridos lamentos y golpes que vulneran mis ensangrentados pechos oyes de mi todos