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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

es ahora estimado; y que quiero ayudarle a supultar este cadáver, sin omitir nada de cuanto es menester que por los muertos valientes hagan los vivos.

Teucro.— Nobilisimo Ulises, por todos conceptos tengo que alabarte, ya que me engañaste mucho en lo que de tí esperaba; porque siendo tú el mayor enemigo que tenía éste entre los argivos, has sido el único que has venido en su auxilio, y no has tolerado que en tu presencia insultara atrozmente a este muerto ningún viviente, como el generalísimo, ese insensato que viniendo él y también su hermano, querían los dos ignominiosamente arrojarlo, privándole de sepultura. Así, pues, ojalá que a ellos el venerable padre del Olimpo y la recordante Erina y la exactora Justicia malamente arruinen, así como querían ellos arrojar a este hombre con sus injurias indignamente. Mas a tí, ¡oh hijo del anciano Laertes!, sólo temo dejarte poner las manos en este sepelio, no sea que esto sea desagradable al muerto; pero en las otras cosas ayúdame; y si a alguno del ejército quieres hacer venir, ninguna pena tendré. Yo haré todo lo demás, y tú ten entendido que para mi eres un hombre de honor.

Ulises.— Pues yo quería en verdad; pero si no te es grato que te ayude en esto, me voy, aplaudiendo tu determinación.

Teucro.— Basta, pues ya ha pasado mucho tiempo. Ea; unos de vosotros cóncava fosa, cavando, preparad pronto; otros alto tripode en el fuego colocad, a propósito para el piadoso lavatorio; una compañia de guerreros traiga de la tienda todo lo conveniente con el escudo del héroe encima. Niño, tú, de tu padre cuanto puedas con amor cogiéndote, levántale conmigo por esta parte. Todavia, pués, calientes sus venas, echan por encima negra sangre. Ea, vamos; todo amigo que quie-