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ÁYAX

Ulises.— Porque la virtud puede en mi más que el odio.

Agamemnón.— Sin embargo, tales hombres son inconstantes en su vida.

Ulises.— En verdad, muchos son ahora amigos y luego enemigos.

Agamemnón.— ¿Y aplaudes tú que uno adquiera tales amigos?

Ulises.— Aplaudir a una alma dura es lo que no quiero yo.

Agamemnón.— A nosotros tú, ¿por cobardes nos harás pasar en este día?

Ulises.— Por hombres verdaderamente justos entre todos los helenos.

Agamemnón.— ¿Mándasme, pues, que permita sepultar al cadáver?

Ulises.— Si, que también yo mismo a cadáver llegaré.

Agamemnón.— En verdad que siempre pasa lo mismo: todo hombre trabaja en provecho propio.

Ulises.— ¿Para quién, pues, es natural que yo trabaje sino para mí?

Agamemnón.— Pues tuya será la obra, no mia.

Ulises.— Como la hagas, de todos modos, buena será.

Agamemnón.— Bien; pero, sin embargo, esto has de saber: que yo a tí efectivamente puedo concederte esta gracia y aún mayor; pero éste, aquí y allá, donde quiera que esté, igualmente odiado me será. Tú puedes hacer lo que quieras.

Coro.— Quien no confiese, Ulises, que por tu entendimiento eres sabio de natural, siendo tal cual eres, es hombre necio.

Ulises.— Y ahora he de decirle a Teucro, después de lo sucedido, que cuanto antes me era odiado, tanto me