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ÁYAX

Teucro.— ¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

Coro.— ¡Calla! La voz de Teucro me parece oir, prorrumpiendo en lamentos que indican tiene noticia de la desgracia.

Teucro.— ¡Oh queridísimo Ayax! ¡Oh amada sangre mia! ¿Has muerto como la voz pública refiere?

Coro.— Ha muerto el hombre, Teucro; esto has de saber.

Teucro.— ¡Ay, qué fatal suerte la mia!

Coro.— Y siendo asi...

Teucro.— ¡Ay infeliz de mi, infeliz!

Coro.— Natural es llorar.

Teucro.— ¡Oh dolor, cómo me abates!

Coro.— Demasiado, Teucro.

Teucro.— ¡Ay desdichado! ¿Y qué es de su hijo? ¿Dónde se encuentra?

Coro.— Solo, en la tienda.

Teucro.— Trảemelo aqui en seguida, no sea que, como a cachorro de viuda leona, me lo arrebate algún enemigo. Marcha, apresúrate, corre. Que del enemigo muerto todo el mundo gusta reirse.

Coro.— Y en verdad, Teucro, que antes de morir el hombre te encargó que cuidaras del niño, como lo estás haciendo.

Teucro.— ¡Oh espectáculo el más doloroso para mí de cuantos he visto con mis ojos, y camino que has afligido mi corazón más que ningún otro camino, el que ahora he recorrido! ¡Oh queridísimo Áyax! ¡Cómo me enteré de tu muerte cuando te iba buscando y seguia el rastro de tus huellas! Pues la noticia, como si la propalara un dios, penetró prontamente en los oídos de todos los aqueos. Noticia que al oírla, lejos donde estaba, me llenó de dolor; y ahora, al verte, muero de pena. ¡Ay de mi! Ven. Descúbrelo para que vea todo el mal.