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ÁYAX

dioses, hasta el hombre más inútil alcanza el triunfo; pero yo, aun sin ellos, creo que alcanzaré esa gloria.» Tal fué la primera contestación de su orgullo. Dió la segunda a la diosa Minerva, a la cual, en ocasión en que le estimulaba a descargar su homicida mano sobre los enemigos, respondió esta funesta e inaudita contestación: «Reina, vete a exhortar a los demás argivos, que por mi parte jamás declinará la lucha.» Con tales respuestas se ganó la implacable cólera de la diosa, por no pensar como conviene al hombre. Pero si pasa el dia de hoy, habremos logrado salvarle con el auxilio de la diosa. Tal ha sido la profecía del adivino; y Teucro en seguida me envió con este mandato para que detengamos al hombre; pues, si le abandonamos, se quita la vida, si Calcas acierta en su predicción.

Coro.— ¡Desdichada Tecmesa! ¡Infeliz mujer! Ven y escucha lo que dice este hombre. El trance es tan apurado que a nadie debe alegrar.

Tecmesa.— ¿Para qué llamáis de nuevo a esta infeliz, que aún no ha descansado de las penas que sin cesar la afligen?

Coro.— Oye a este hombre, que viene con un encargo referente a Áyax, que nos ha llenado de tristeza.

Tecmesa.— ¡Pobre de mil Qué dices, hombre? ¿Estamos perdidos?

Mensajero.— No sé cuál sea tu suerte, pero si que si Áyax está fuera, no me alegro de ello.

Tecmesa.— Pues fuera está; de manera que, para angustiarme, ¿qué me vienes a decir?

Mensajero.— Teucro ha mandado que lo retengamos en la tienda y no le dejemos salir solo.

Tecmesa.— Pero ¿dónde está Teucro y por qué dice eso?

Mensajero.— Hace poco que ha llegado, y cree que esta salida de Áyax le ha de ser mortal.