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ÁYAX

consumir por el tiempo, con la amarga esperanza de que el fin que me espera es el aborrecible у horrendo Plutón. ¡Y aqui yace Áyax conmigo, sin esperanza de curación, ¡ay, ay de mi!, preso de divina locura! Áyax, a quien tú enviaste y victorioso salió en los terribles combates, privado ahora de razón, es el llanto de sus amigos. Las anteriores proezas de sus manos, prodigios de su gran valor, sin gracia cayeron, cayeron entre los ingratos y miserables aqueos. Ciertamente que la madre que le amamantó en antiguos días, encanecida ya por la vejez, cuando se entere de que éste ha perdido el juicio, no exhalará la desdichada suaves lamentos, ni tampoco delicados trinos como lastimado ruiseñor, sino que prorrumpirá en cantos de agudisimo dolor, dándose golpes de pecho y arrancándose los blancos cabellos con las uñas. Mejor estará en el infierao que aquí atormentado por incurable mania quien, procediendo por la raza paterna de los esforzados aqueos, ha perdido ya sus propios sentimientos y se halla fuera de si, ¡Oh, infeliz padre, cuán funesta calamidad estás esperando saber de tu hijo, cual nadie hasta hoy la sufrió de los divinos eácidas, excepto él!

Áyax.— Todo lo que existe, el continuo e inmensura ble tiempo lo saca de la obscuridad, y, una vez aparecido, lo sepulta en las tinieblas. Y no hay que decir esto no sucederá, porque marra el más terrible juramento y se ablanda el más duro corazón. Yo, pues, que resistía antes los trances más horrorosos como el acero templado, he suavizado la dureza de mis palabras ante esta mujer. Me da lástima dejarla desamparada entre mis enemigos, y huérfano a mi hijo. Me voy, pues, a los baños y a los prados de la orilla para ver si lavando bien todas mis manchas, quedo libre de la temible cólera de la diosa. Y yendo después a sitio que no deje huella