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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Filoctetes.—Compadécete, oh niño!, por los dio. Bes; y no te acarrees la ignominia entre los hombres, engañándome.

Neoptólemo.—¡Ay de mal! Qué haré? No debla haber salido de Esciro: tanto me entristece lo que estoy presenciando

Filoctetes.—No eres malo tú, sino que adiestrado por hombres malos, pareces' haber llegado al crimen. Pero ahora, ya que cedes a los requerimientos de otros a quienes debes obedecer, hazte a la vela, pero dejándome mis armas.

Neoptólemo.—¿Que hacemos, varones?

Ulises.—¡Ay de ti, el más vil de los hombres! ¿Qué vas a hacer? ¿No me entregarás esas armas y té alojarás de aqui?

Filoctetes.—¡Ay de mi! ¿Quién es este hombre? ¿No oigo a Ulises?

Ulises.—Ulises, entiéndelo bien, ce a quien estás mirando.

Filoctetes.—¡Ay de mi! He sido vendido y estoy perdido. Éste ha sido, pues, el que me ha sorprendido y despojado de mis armas.

Ulises.—Yo, sabelo bien, no otro; lo confieso.

Filoctetes.—Devuélveme, alargame, hijo, el arco.

Ulises.—Eso, ni aunque quiera lo hará jamás; sino que es preciso que vengas tú con él, o te llevarán a la fuerza:

Filoctetes.—24 mi, villano entre los villanos y audaz, me llevarán ostos a la fuerza?

Ulises.—Si no vienes de buena yana.

Filoctetes.—¡Oh tierra de Lemnos y llama del fuego de Vulcano que todo lo domas! ¿Es tolerable que éste me arranque de ti por fuerza?

Ulises.—Júpiter es, para que lo sepas; Júpiter, el