Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/332

Esta página no ha sido corregida
312
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

miento mio, parece que, traicionándome y dejándomo abandonado, va a emprender su navegación.

Neoptólemo.—Abandonarte yo, nunca; sino que el temor de llevarte a disgusto tuyo es lo que me aflige hace tiempo.

Filoctetes.—-¿Qué estás diciendo, ¡oh hijol; pues no te comprendo.

Neoptólemo.—Nada te ocultaré. Es preciso que ven. gas a Troya junto a los aqueos y al ejército de los atridas.

Filoctetes.—¡Ay de mi! ¿Qué dices?

Neoptólemo.—No te aflijas antes de saber...

Filoctetes.—¿Qué he de saber? ¿Qué piensas hacer de mi?

Neoptólemo.—Curarte primero de esa dolencia, y luego ir contigo a devastar los campos de Troya.

Filoctetes.—Y eso, jes verdad que piensas hacerlo?

Neoptólemo.—Es grande la necesidad de esto; escúchame sin irritarte.

Filoctetes.—¡Estoy perdido, infeliz de mi; me traicionan! ¿Qué has tramado contra mi, extranjero? Dame en seguida mi arco.

Neoptólemo.—Pues no puede ser; porque el deber y la utilidad me hacen obedecer a mis jefes.

Filoctetes.—¡Ah tú, que eres fuego devorador, todo horror y artificio odiosísimo de perfida astucia, cómo te has burlado de mi! ¡Cómo me has engañado! ¿No te avergüenzas de mirar al que se ha echado a tus piea al suplicante, ¡oh miserable! Me quitaste la vida al coger el arco. Devuélvemelo, te lo suplico; devuélvemelo, te lo ruego, hijo. ¡Por los dioses de tu familia, no me quites la vida! Ay, pobre de mi! Pero ni me contesta ya; sino que como quien nunca lo ha de soltar, asi me mira, ¡Ob puertos, oh promontorios, oh amigables bes.