Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/329

Esta página no ha sido corregida
309
FILOCTETES

Neoptólemo.—(Adónde te he de dejar?

Filoctetes.—Déjame ya.

Neoptólemo.—Te digo que no te dejaré.

Filoctetes.—Me matarás si me tocas.

Neoptólemo.—Pues te dejo por si te apaciguas un poco más.

Filoctetes.—Oh tierra, recíbeme moribundo como estoy, pues el dolor ya no me deja levantar.

Neoptólemo.—Parece que el sueño no tardará en apoderarse de este hombre; pues ya dobla la cabeza, el sudor le brota por todo el cuerpo y la negra vena del pie se le ha roto, echando sangre. Pero dejémosle quieto, amigos, para que se duerma.

Coro.—Sueño que no sabes lo que es dolor, sueño que ignoras las penas, ven a nosotros propicio, ¡oh rey que haces la vida dichosat Y consérvale en sus ojos esa serenidad que ahora sobre ellos se tiende. Ven, ven en mi auxilio, alivio de todo mal! Y tú, ¡oh joven!, consi. dera en donde estamos y adonde hemos de ir, y en qué he de pensar yo desde ahora. Ya lo ves. ¿Qué esperamos para comenzar? La oportunidad, que tiene consejos para todos los asuntos, proporciona fuerza, mucha fuerza, contra todo impedimento.

Neoptólemo.—Éste ciertamente nada oye; poro yo veo que inútilmente nos apoderaremos do su arco, si navegamos sin él. Pues de él ha de ser la corona, y a el dijo el dios que nos llevåsemos. Vanagloriarse de empresa que no se termina ni aun con mentiras, es vergonzogo oprobio.

Coro.—Pero, hijo, eso ya lo verá el dios; mas de lo que me tengas que decir, bajito, bajito, hijo, enviame el susurro de tus palabras; porque en todos los enfermos el sueño, insomne, tiene perspicacia para ver. Pero lo mejor que puedas, aquello, aquello considera en si-