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FILOCTETES

fuera de la desgracia ponga su vista en las desdichas; y que cuando uno vive feliz, medite entonces lo que es la vida para no arruinarse sin darse cuenta.

Coro.—Compadécete, principe; que de sus muchos e intolerables padecimientos nos 'la expuesto las angustias que ojalá ninguno de mis amigos toque. Y si odias, ¡oh rey!, a los crueles atridas, yo en tu lugar, cambiando la injuria de ellos en provecho de éste,'ya que tanto lo desea, lo conduciría a casa en la bien equi-. pada y veloz nave, evitando con ello la venganza de los dioses.

Neoptólemo.—Mira tú, no seas ahora demasiado condescendiente; y luego, cuando te hasties con el contacto del mal, no seas entonces tal cual ahora te manifiestas en tus palabras.

Coro.—De ninguna manera; no es posible que ja más puedas lanzar ese reproche sobre mi.

Neoptólemo.—Pues vergüenza seria que yo me mostrase inferior a ti en prestar al extranjero el oportuno auxilio. Y puesto que asi to parece, partamos; que se prepare en seguida para venir; la nave lo llevará, nada se le niega. Sólo pido que los dioses nos saquen salvos de esta tierra y nos lleven adonde de. seamos ir.

Filoctetes.—¡Oh dia gratisimo, y amabilisimo varón y queridos marineros! ¿Cómo os podré demostrar con mis actos que en mi tenéis un amigo? Marchemos, hijo, después de hacer nuestra visita de despedida a esa habitación que nada tiene de habitable, para que sepas con qué medios he vivido y lo aniinoso que he sido. Pues creo que nadie que hubiese llegado a verla la hubiera sufrido, excepto yo, que por necesidad aprendi a resignarme en la desgracia.

Coro.—Esperad, veamos; pues dos hombres, el uno