Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/310

Esta página no ha sido corregida
290
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Coro.—Guarda silencio, hijo.

Neoptólemo.—¿Qué hay?

Coro.—Se oye un ruido así como de un hombre fatigado, o por este lado o por el otro. Hiere, hiere mis oidos, ciertamente, el rumor del andar de un hombre que se arrastra con dificultad, y no dejo de oir a lo lejos gritos de dolor que me apenan; os evidente que llora. Pero procura tener, ¡oh hijo!...

Neoptólemo.—Di, ¿qué?

Coro.—la discreción que el caso requiere; porque no lejos, sino cerca está ya ese hombre, que no entona melodtas de flauta.como campestre pastor, sino que lanza penetrantes lamentos de dolor, ya por haber dado. algún tropiezo, ya por haber visto el inhospitalario puerto en que está la nave; grita, pues, horriblemente.

Filoctetes.—¡Oh extranjeros! ¿Quiénes sois y por qué casualidad habéis abordado en esta tierra, que ni tiene buenos puertos ni está habitada? ¿De qué pais o de quó familia podré decir que sois? Por la hechara, s la verdad, vuestro traje es griego, el más querido por ml. Deseo oir vuestra voz; no me tengáis miedo ni os horroricéis ante mi aspecto salvaje; sino compadeced a un hombre infortunado, solitario, asi abandonado y sin amigos, en su desgracia; hablad, si como amigos habéis venido; ea, respondedme; que ni está bien que yo no obtenga contestación de vosotros ni vosotros de mi.

Neoptólemo.—Pues, extranjero, sabe ante todo que bomos griegos. Esto, pues, deseas saber.

Filoctetes.—¡Oh dulesima voz! ¡Hay! ¡Qué consuelo oír la palabra de un hombre como éste después de tanto tiempo! ¿Quién, hijo, te ha traído? ¿Qué nece. sidad te ha llevado? ¿Qué intención? ¿Qué viento propicio? Dimelo todo para que sepa quién eres.

Neoptólemo.—Natural soy de la isla de Esciro; na-