Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/308

Esta página no ha sido corregida
288
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Ulises.—¿Te acuerdas bien de todo lo que te he advertido?

Neoptólemo.—Bien, créelo, aunque una sola vez lo ol.

Ulises.—Pues estate tú aqui para esperarle; yo me voy, no sea que me vea si me quedo, y enviaré de nuevo al espia hacia la nave. Y si me parece que tardáis demasiado tiempo, te mandaré otra vez aqui a ese mismo hornbre, disfrazado con traje de marinero, para que pueda presentarse como desconocido. Y aunqne él, ¡oh hijo!, se exprese astutamente, toma de su convers&ción todo lo que te sea til. Asi, pues, me voy a la nave dejando el asunto en tus manos. Ojalá el doloso Mercurio, que aquí nos ha traido, siga siendo nuestro gula, y también la victoriosa Minerva, protectora de la ciudad, que me salva siempre.

Coro.—¿Qué debo yo callar, ¡oh señor!, o qué debo decir, siendo peregrino en tierra extraña, a un hombre receloso? Dimelo; porque a todos los artificios aventaja el artificio y también la sagacidad de aquel en quien reina el divino cetro de Jupiter, Y a ti, ¡oh hijo mio!, la autoridad que tienes te viene de tus antepasados. Por eso dime en qué te debo ayudar.

Neoptólemo.—Por ahora, si por esas lejanías quieres averiguar el sitio en que se halla, búscalocon diligencia; y luego, cuando venga ese horrible vagabundo, desde osa cueva, procediendo siempre conforme a lo que yo haga, procura ayudarme según las circunstancias.

Coro.—Me preocupa hace ya tiempo el encargo que me das, joti rey!, de que atienda con solicitud a lo que más te pueda convenir. Mas ahora dime la mansión en que habita de ordidario o el sitio en que se encuentra; pues el saberlo me ha de ser muy oportuno para que no caiga sobre mi sin que yo advierta por dónde viene,.