Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/285

Esta página no ha sido corregida
265
LAS TRAQUINIAS

Deyanira.—No es posible que en resoluciones mal tomadas baya esperanza que vaya acompañada de alguna tranquilidad.

Coro.—Pero contra los que delinquen involuntariamente, se aplaca la ira; y eso es lo que te conviene.

Deyanira.—Eso puede decirlo, no el causante del daño, sino aquel a quien en su casa no le ocurre nada grave.

Coro.—Callar te conviene lo que ibas a decir, si no quieres enterar de ello a tu propio hijo; porque aqui tienes presente al que fué en busca de su padre.

Hil-lo.—¡Ah, madre! ¡Cómo quisiera poder escoger entre una de estas tres cosas: o que ya te hubieses muerto, o que viviendo fueras madre de otro, o que hubieras cambiado la resolución que tomaste por otra mejor.

Deyanira.—¿Qué pasa, hijo mío, para que te inspiTe tanto odio?

Hil-lo.—Que a tu marido, a mi padre quiero decir, sabe que lo has matado en el dia de hoy. DØYANIRA. – ¡Ay de mi! ¿Qué noticia me traes, hijo?

Hil-lo.—La que no es posible que deje de cumplirse; pues realizado un hecho, dquién podrá hacer que no baya ocurrido?

Deyanira.—¿Qué dices, hijo mio? ¿De quién te has eriterado para decir que tan detestable crimen haya cometido yo?

Hil-lo.—Yo pismo, que la grave desventura de mi padre he visto con mis propios ojos; no lo he oido de nadie.

Deyanira.—¿Donde le encontraste y le asististe?

Hil-lo.—Si es menester que te enteres, preciso es que te lo cuente todo. Cuando, después de haber destruida la ilustre ciudad de Eurito, venia él con los trofeos de la victoria y primicias del botín, en un promontorio de