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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

ya que el impetuoso Áyax, después de hacerte cautiva, te tiene para que le alegres el lecho: de modo que puedes hablar, bien enterada de todo.

Tecmesa.-- ¿Cómo he de decir lo indecible? Te enterarás, pues, de una desgracia que es como la muerte, ya que atacado de furiosa mania mi inclito Áyax, se ha cubierto de oprobio durante la noche. Tales cosas puedes ver dentro de la tienda: cuerpos bañados en sangre, degollados y despedazados; victimas todos de la mano de tal hombre.

Coro.-- ¡Cuán clara me das la noticia insufrible y real que del valeroso caudillo proclaman los jefes dánaos y aumenta la pública maledicencia! ¡Ay de mi! Temo lo que se me viene encima. Morirá el celeberrimo varón, después de matar con furibunda mano, armada de horrenda espada, a las bestias y pastores que las guardaban.

Tecmesa.-- ¡Ay!, de allí, de alli me vino con las bestias atadas como cautivos. Degolló algunas sobre el suelo; otras, cortándolas por medio, las partió en dos pedazos. Dejó aparte dos carneros de blancos pies: le cortó a uno la lengua y la cabeza, que arrojó en se guida; al otro, que ató derecho a lo alto de la columna, con la gran correa de las riendas en forma de doble y rechinante azote, le está zurrando e insultando con palabras tan soeces, que un demonio y no hombre alguno le enseñó.

Coro.-- Hora es ya de que uno, la cabeza con un velo ocultando, con los pies a huir empiece; o de que en el ligero banco sentado, remando se lance con la nave que pasa el mar. Tales son las amenazas que contra nosotros lanzan los dos poderosos atridas. Temo morir lapidado, sufriendo los golpes con éste a quien implacable destino oprime.