no envias a uno en busca de tu marido, especialmento a Hil-lo, quien si algún interés tiene por su padre, debe preocuparse por saber si está bien? Miralo ahí, que acaba de salir de casa; de modo que si te parece oportuno lo que digo, puedes servirte del joven y de mi consejo.
Deyanira.—Hijo, niño: de gente villana salen a veces sabios consejos. Aquí tienes esta mujer, esclava 88, pero ha hablado como persona noble.
Hil-lo.—¿Qué ha dicho? Dimelo, madre, si puedo saberlo. DHYANIRA.- Que estando el padre ausente tanto tiempo, es vergüenza para ti el no haber averiguado dónde se halla.
Hil-lo.—Eso lo sé, si hemos de prestar fe a lo que 88 dice.
Deyanira.—¿Y en qué parte de la tierra has oldo que se encuentra, hijo?
Hil-lo.—El año pasado, en su mayor parte, dicen que lo pasó trabajando como esclavo de una mujer lidia. DØYANIRA. - Pues todo lo que quieran decir de él, si realmente aguanto tal afrenta, tendrá una que oir.
Hil-lo.—Pero se ha librado ya de eso, según yo he oido.
Deyanira.—Y ahora, vivo o muerto, donde se dice. que esta?
Hil-lo.—En tierra de Eubea, dicen, atacando o preparándose para atacar la ciudad de Eurito.
Deyanira.—¿Sabes acaso, hijo mio, que me dejó unos oráculos dignos de crédito acerca de esa región?
Hi-lo.—¿Cuáles, madre? No los conozco.
Deyanira.—Que o hallarla en ella el fin de su vida, o alcanzaria el premio de la victoria... para gozar en adelante tranquilamente sus dias. En tan criticas cir-