Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/260

Esta página no ha sido corregida
240
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

anuncias, jayay, ayayi, es la cruel muerte de mi mujer sobre la de mi hijo?

Coro.—Puedes verla, pues no está en el interior de palacio.

Creonte.—¡Ay de mi! ¡Esta es otra nueva desgracia que veo! ¡Iofeliz de mi! ¿Qué otra, pues, que otra, fatalidad no espera? Tengo en brazos a mi hijo, que acaba de morir, y veo enfrente otro cadáver. Infeliz de mi! ¡Ay, ay, madre desdichada! ¡Ay, bijo!

El Mensajero.—Ella, gravemente herida, dió reposo a sus ensombrecidos ojos alrededor del altar después de llorar la gloriosa muerte de su hijo Megareo, que perdió antes, y luego la de este; y lanzando última mente maldiciones sobre ti por tus imprudentes determinaciones como asesino de tu hijo.

Creonte.—¡Ayay, ayay! Estoy pasmado de horror. ¿Por qué no me matáis con espada de dos filos? Qué miserable soy! Ayay! ¡Estoy envuelto en fatal calamidad!

El Mensajero.—Como que fuiste acusado por la difunta de tener tú la culpa de la muerte de ella y de la de aquél.

Creonte.—¿Y de qué manera de mató?

El Mensajero.—Hiriéndose con su propia mano en el corazón, asi que supo la deplorabilisima muerte de su hijo.

Creonte.—¡Ay de mt! No se impute nada de esto a otro hombre, porque ha sucedido por mi culpa. Pues yo, yo te maté, desdichado, yo; lo digo verdaderamente, Ob siervos!, echadme a toda prisa; echadme fuera de &qui, que ya no soy nada.

Coro.—Bien nos exhortas, si es que algún bien puede haber en el mal; pues de los males presentes, los más breves son los inejores.