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ANTÍGONA

Creonte.—¿Si? Pues, por el Olimpo, sabe que no te alegrarás de haberme injuriado con tanto insulto. Traed a esa odiosa, para que ante su vista, al punto, muera cerca y en presencia del novio. HOMÓN. - No; de ninguna manera; eso no lo creas. panca; ella no morirá delante de mi, ni tú tampoco verás ya mi cara ante tus ojos; para que te enfurezcas con los amigos que te quieran aguantar.

Coro.—- Ese hombre, ¡oh rey!, se ha ido apresuradamente, tomado de la cólera; y en su edad, la mente perturbada por la pasión, es cosa grave.

Creonte.—Ido ya, que haga lo que le plazca y Be. enorgullezca más de lo que debe el hombre; que a estas dos muchachas no las librará de l& inuerte.

Coro.—¿Pues a las dos piengas madar?

Creonte.—A la que no ha tocado el cadáver, no; bien me lo adviertes.

Coro.—¿Y con qué clase de suplicio piensas que muera?

Creonte.—Llevándola a sitio donde no se vea huella humana, Daré que la encierren viva en una pétrea ca. verga, con el alimento preciso para evitar el sacrilegio, a fin de que la ciudad se libre del crimen de homicidio. Y una vez allí, si implora a Plutón, que es el único a quien adora entre los dioses, tal vez alcance el que la libre de la muerte; o mejor, conocerá, pero ya tarde, que es trabajo superfluo rendir culto a los manes..

Coro.—¡Amor invencible en la peleal ¡Amor que en el corazón te infundes, que en las tiernas mejillas de la muchacba te posas y pasas al otro lado del mar y frecuentas las rústicas cabañas! Do ti no se libra nadie entre los inmortales, ni entre los efímeros hombres; y quien te recibe, se enfurece. Tá de los hombres justos arrancas injustas determinaciones, para arruinarlos; y