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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

ahora en su último vástago, la acaba de segar la cruen. ta hoz de los dioses infernales, a la vez que la demencia de la razón y la furia del ánimo. Tu poder, ¡oh Jupiter!, que hombre en su arrogancia lo podrá resistir, cuando ni lo domina jamás el sueño que a todo el mundo subyuga, ini lo disipan los años que sin cesar so suceden, y siempre joven en el tiompo mantienes el reverberante esplendor del Olimpo? Al presente, en el porvenir y en el pasado regirá siempre esta ley común a todos los pueblos: «Neda ocurre en la vida humana exento de dolor. Pues, en verdad, la vagarosa esperanza que para muchos hombres 'es una ayuda, es para otros engaño de fútiles anhelos; pues se insinúa sin que uno lo advierta hasta que ponga el pie en el ardiente fuego. De la sabiduría de alguien procede esta célebre máxima: El mal a veces parece bien a aquel cuya mente lleva un dios a la perdición; y pasa muy poco tiempo sin que caiga en la ruina. Pero he ahí a Hemon, el más joven pimpollo de tus hijos. ¿Acaso vieno entristecida por la suerte de su novia Antigona, doliéndole el desencanto de sus nupcias?

Creonte.—Pronto lo sabremos de él, mejor que de cualquier adivino, ¡Hijo!, Jacaso, al enterarte del irrevocable decreto acerca de tu futura esposa, vienes rabioso contra tu padre, o soy de ti siempre querido de cualquier modo que proceda?

Hemón.—Padre, tuyo soy, y tú me diriges con buenos consejos, que yo debo obedecer; pues para mi ningún casamiento será digno de más aprecio que el dejarme llevar de ti, bien dirigido.

Creonte.—Asi, hijo mío, conviene que lo tomes a pechos. pars posponerlo todo a la opinión de tu padre. Por esto, pues, desean los hombres engendrar y tener en casa hijos obedientes, para que rechacen con ofense