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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

por venir de prisa y & todo correr, porque con frecuencia me he parado a pensar, dando vueltas por el camino, si me volverla atrás. Mi corazón me decia muchas veces aconsejándome: «¡Infeliz!, ¿por qué vas adonde la pagarás asi que llegues? ¡Desgraciado!, ¿persistes aun? Y si Creonte se enterase de esto por otro hombre, ¿cómo tú no lo habias de sentir?» Revolviendo tales pensamientos venia lenta y pausadamente; de modo que un camino breve me ha resultado largo. Al fin me decidi a llegar a tu presencia; y aunque nada te pueda aclarar, hablaré, sin embargo; pues vengo fortalecido con la esperanza de que no me podrá pasar nada fuera de lo que me tenga reservado el destino.

Creonte.—Qué es lo que te causa ese desaltento?

El Centinela.—Decirte quiero primero lo que me importa a ml; porque ni yo hice la cosa, ni vi tampoco quien la hiciera, ni en justicia se me puede castigar.

Creonte.—¿Para que me echas ese exordio y rodeas el hecho con tantas precauciones? Con ello manifiest 88 que alguna novedad importante vienes a anunciarme.

El Centinela.—: - El miedo, en efecto, origina mucha intranquilidad.

Creonte.—No hablarás ya y te alejarás en seguida?

El Centinela.—, - Pues te hablo: al muerto lo ha sepultado alguien hace poco, y después de cubrir con polvo seco el cadáver y celebrar las sagradas ceremonias, ha desaparecido.

Creonte.—¿Qué dices? ¿Qué hombre es el que se ha atrevido a eso?

El Centinela.—No sé. Alli no se ven señales de golpes de azada, ni de que el suelo haya sido removido con la ligona. La tierra está dura y apretada, sin carriles de que haya pasado ningún carro. Quien lo haya hecho, no ha dejado huella. Cuando el primer vigía de la ma-