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EDIPO EN COLONO

¿Cómo, pues, errantes por lejanas tierras o borrascoso mar, podremos soportar el grave peso de la vida?

Ismena.—No sé. Ojalá, jinfeliz de mí!, el sanguinario Orco me hubiera arrebatado con el padre;, que para mí, la vida que me espera ya no es vida.

Coro.— ¡Oh excelsa pareja de hijas! Lo que viene del dios honrosamente, no debéis llorarlo tan sobremanera, pues murió de modo envidiable.

Antígona.—Hay, en efecto, cierta complacencia en la desgracia; pues lo que de ningún modo es querido, lo queria yo cuando lo tenía a él en mis manos. ¡Oh padre! ¡Oh querido! ¡Oh tú, que en la perdurable y subterránea tiniebla te has sumergido! Aunque ya no existas, ni por mí ni por ésta dejarás de ser amado.

Coro.—¿Cumplió?

Antígona.—Cumplió lo que queria.

Coro.—: - ¿De qué manera?

Antígona.—Murió en el pais extranjero que deseaba; y lecho tiene bajo tierra, bien resguardado para siempre, y no dejó duelo sin llanto; pues mis ojos por ti, ¡oh padre!, lloran derramando lágrimas, y no sé cómo debo yo, infeliz, disipar esta tan grave aflicción;...[1] privado moriste asi de mí.

Ismena.—¡Oh infeliz! ¿Qué suerte, pues, a mi...[2] espera, y a tí, ¡oh querida!, privadas así del padre?

Coro.—Pero ya que tan dichosamente resolvió el fin de su vida, joh queridas!, cesad de llorar; que nadie está fuera del alcance de la desgracia.

Antígona.—Volvámonos, hermana.

Ismena.—¿Qué hemos de hacer?

Antígona.—Un deseo tengo.


  1. Faltan tres o cuatro palabras en el original.
  2. Faltan dos o tres palabras en el original.