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EDIPO EN COLONO

en verdad, lo sé, hijas; pero una sola palabra paga todos esos sufrimientos, porque no es posible que tengáis de otro más afectuoso amor que el que habéis tenido de este hombre, privadas del cual viviréis en adelante.» Y abrazados así unos con otros, lloraban todos dando sollozos. Mas al punto que cesaron de llorar y no se oía ninguna palabra, sino que había silencio, de repente le llamó una voz, y de tal modo, que a todos el miedo nos puso en seguida los pelos de punta; [pues le llamaba dios de muchas y distintas maneras]: ¡Ce, tủ, tú, Edipo!, ¿qué esperas para venir? Hace tiempo ya que te vas retrasando. Y él, en seguida que oyó que dios le llamaba, mandó que se le acercara Teseo, el rey de esta tierra; y cuando se le acercó, le dijo: «¡Oh querido Teseo!, dame tu mano como garantía de antigua fidelidad para mis hijas; y vosotras, hijas, dådselas a él; y promete que jamás las traicionarás voluntariamente, sino que harás todo cuanto en tu benevolencia llegues a pensar que les ha de ser útil siempre.» Éste, como varón noble, sin vacilar le prometió con juramento al huésped que así lo haría. Y hecho esto, cogió en seguida Edipo con sus vacilantes manos a sus hijas, y les dijo: «¡Oh hijas!, es preciso que probando la nobleza de vuestra alma os alejéis de este sitio, y no queráis ver lo que no está permitido, ni escuchar nuestra conversación, sino apartaos prontamente; quede aquí sólo el señor Teseo para enterarse de lo que tiene que hacer.» Tales palabras le oímos decir todos; y con muchas lágrimas, en compañía de las muchachas, gimiendo nos apartamos. Mas cuando al poco tiempo de ir apartándonos volvimos la cabeza, advertimos que el hombre aquel en ninguna parte se hallaba; y que nuestro mismo rey, con la mano delánte de la cara, se tapaba los ojos como señal de algún terrible espectáculo cuya visión no hubiese podido