Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/210

Esta página ha sido corregida
190
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

desgracia; pues no sois merecedoras, según todos convienen, de ningún infortunio.

Coro.—Nuevos son éstos; de nuevo caen sobre mí nuevos y gravísimos males por culpa de este ciego extranjero, si es que el hado no se cumple yà en alguno de ellos. Pues no puedo decir que haya quedado sin cumplimiento ninguna determinación divina. Lo ve todo, lo ve todo siempre el Tiempo, que un dia eleva a unos, y otro, a otros. Retumba el cielo, ¡oh Júpiter!

Edipo.—¡Ah hijas, hijas! ¿Cómo, si hay por ahí algún vecino, hará venir aqui al en todo nobilísimo Teseo?

Antígona.—Padre, ¿cuál es el objeto para el que lo llamas?

Edipo.—Ese alado trueno de Júpiter me llevará al punto al infierno. Llamadle, pues, en seguida.

Coro.—Mirad cuán estrepitosamente retumba el estruendo maravilloso que lanza Júpiter. El miedo me pone erizados los pelos de la cabeza. Se llena de horror mi alma; pues el celeste relámpago alumbra de nuevo. ¿Cuál será el fin de esto? Yo temo, porque vanamente nunca lanza truenos sin que haya desgracias. ¡Oh excelso cielo!, ¡oh Júpiter!

Edipo.—¡Oh hijas! Ha llegado para este hombre el profetizado fin de su vida, y ya no hay evasión.

Antígona.—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo lo has conjeturado, padre?

Edipo.—Bien lo he comprendido; pero en seguida, corriendo, cualquiera, que me traiga al rey de esta tierra.

Coro.—¡Ah, ah! Mira cómo de nuevo resuena el penetrante estruendo. Sé propicio, ¡oh dios!, se propicio si llevas algo sombrio contra mi patria. Ojalá te tenga en mi favor, y no por haber visto a un hombre execrador