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EDIPO EN COLONO

me era dulce, entonces me empellaste y me arrojaste, sin que a ti, el parentesco ese que ahora invocas, en modo alguno te fuera entonces grato; pero ahora de nuevo, cuando ves que la ciudad ésta me acoge con benevolencia, y también toda su gente, intentas arrancarme con ese pérfido intento que tan suavemente expones. Y, en efecto, ¿qué placer es ése de querer a quien no quiere? Es como si alguien, al suplicarle tú con insistencia lo que deseas obtener, no te lo diera, ni quisiera complacerte; y luego, al tener ya satisfecho el corazón de lo que necesitabas, entonces te lo concediera, cuando ya la gracia ninguna gracia te haría: ¿acaso aceptarías ese inútil placer? Eso mismo es, pues, lo que tú me propones: bueno de palabra, pero malo en realidad. Y voy a hablar a éstos para demostrarles que eres un malvado. Vienes para llevarme; pero no para conducirme a palacio, sino para albergarme en los confines y tener libre a la ciudad de los males que de esta tierra la amenazan. Pero eso no lo obtendrás, y en cambio tendrás estotro: allí, entre vosotros, mi genio vengador habitará siempre; y sucederá que los hijos mios obtendrán en herencia de mí tanta tierra cuanta necesiten para caer en ella muertos. ¿Acaso no estoy enterado de lo de Tebas mejor que tú? Mucho mejor en verdad, por cuanto de mejores sabios lo sé: de Apolo y del mismo Júpiter, que de él es padre. Tu lengua ha llegado aquí llena de embustes, aunque muy bien afilada; pero en lo que hables, más daño obtendrás que beneficio. Y pues to que sé que no te he de persuadir en esto, vete; a nos otros déjanos vivir aquí; que no vivimos apenados, aun que nos hallemos así, si en ello tenemos gusto.

Creonte.—¿Acaso crees, por lo que dices, que la desgracia en que yo estoy por lo que a ti se refiere, es mayor que la en que tú estás por ti mismo?