Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/182

Esta página ha sido corregida
162
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Teseo.—Por haber oído tantas veces en los pasados años la sangrienta pérdida de tus ojos, ya teíia noticia de tí, hijo de Layo; y ahora, por los rumores que he oído durante el camino, me he convencido de que tú eres. Tus vestidos y desfigurada cara me delatan efectivamente quién eres; y compadecido de tu suerte vengo a preguntarte, infeliz Edipo, qué auxilio vienes a implorar de esta ciudad y de mí en tu favor y en el de esta desgraciada que te acompaña. Dímelo, que muy difícil ha de ser el asunto que me expongas para que me abstenga de complacerte, yo que nunca olvido que me crié en tierra extraña, como tú, y que en el extranjero he sufrido como el que más, teniendo que afrontar los mayores peligros, arriesgando mi existencia. De modo que a ningún extranjero, como lo eres tú ahora, puedo dejar de proteger; pues sé que soy hombre y que el día de mañana no lo tengo más seguro que lo puedas tener tú.

Edipo.—¡Teseo!, tu generosidad me ha eximido en pocas palabras de la necesidad de un largo discurso; pues ya me has dicho quién soy, quién el padre que me engendró y la patria en que nací. Por lo tanto, no me que da más que exponerte mis deseos, y discurso terminado.

Teseo.—Eso mismo ahora díme, para que pueda saberlo.

Edipo.—A ofrecerte vengo mi desdichado cuerpo como regalo. No es agradable a la vista; pero los beneficios que de él obtendrás son mayores que la hermosura de su aspecto.

Teseo.—¿Qué beneficio crees que me traes con tu venida?

Edipo.—Con el tiempo podrás saberlo, no ahora.

Teseo.—¿Cuándo, pues, ese beneficio tuyo se manifestará?