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XIV
PRÓLOGO

lo dejaron abandonado en la isla de Lemnos[1]. Los griegos se vieron obligados luego a ir por él, porque su presencia era indispensable para tomar a Troya, según había profetizado el adivino Heleno.

Esta tragedia fué representada en 409 antes de Jesucristo.


Tal es, en mi opinión, el pensamiento fundamental de las tragedias de Sófocles: la existencia real de un poder divino que influye en los destinos de la Humanidad y del hombre; la necesidad en que se halla éste, por su manifiesta inferioridad, de no contravenir a las leyes eternas emanadas de aquél, y de acatarlas en todas sus determinaciones.

Se ha puesto en duda si Sófocles en su teatro aludió a veces a sus contemporáneos. Yo creo que son evidentes las alusiones que, como máximas generales, expone en el Filoctetes cuando dice Ulises que entre los hombres «la lengua, no el trabajo, es la que gobierna las sociedades», y también el pasaje en que dice que «la armonía


  1. Este fué el motivo, y no el temor, de que la enconada herida del héroe produjera' una peste en el campamento, como se viene diciendo. Sófocles, en su teatro, nos ofrece muchas y curiosas reminiscencias de costumbres y prácticas que remontan a una antiquísima época indoeuropea, y una de ellas es ésta. (Véase Código de Manú, III, 150 a 167. Y la lección de los versos 1032 y 1033 de la edición teubneriana de esta tragedia, de la que nos hemos servido para esta versión, que dice: (ilegible), en vez de (ilegible), que decían las anteriores ediciones.