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EDIPO EN COLONO

Edipo.—Y alguno de mis hijos, ¿se ha enterado de esto?

Ismena.—Los dos a la vez, y lo saben muy bien.

Edipo.—Y los malvados, enterados de esto, ¿prefieren el trono a mi cariño?

Ismena.—Me aflijo al oír eso, padre, y sin embargo, te lo anuncio.

Edipo.—¡Pues ojalá que los dioses nunca extingan la fatal discordia que hay entre los dos, y que de mi dependa el fin de la guerra para la que se preparan y levantan lanzas! Porque ni el que ahora tiene el cetro y ocupa el trono podría mantenerse en él, ni el que ha salido de Tebas volvería a entrar en ella. Esos que a mi, al padre que los ha engendrado, viendo tan ignominiosamente echado de la patria, ni me recogieron ni me defendieron, sino que ellos mismos me expulsaron y decretaron mi destierro. Dirás que yo quería entonces todo esto y que la ciudad no hizo más que otorgar me lo que pedía. Pero no es así; porque aquel mismo dia, cuando hervia mi furor y me hubiera sido muy grata la muerte y que me hubiesen destrozado a pedradas, no hubo nadie que me ayudara al cumplimiento de mi deseo; pero tiempo después, cuando ya todo el dolor se me habia mitigado y comprendí que mi ira se habia excedido castigándome más de lo que yo merecía por mis pasados pecados, entonces, después de tantos años, me expulsó la ciudad violentamente de sus términos; y ellos, los hijos de este padre, mis propios hijos, pudiendo socorrerme, nada quisieron hacer; sino que por no decir ni siquiera una palabra en mi favor, desterrado de mi patria, me obligaron a vagar mendigando mi sustento. En cambio, de estas dos doncellas, a posar de la debilidad de sù sexo, recibo el sustento de mi vida, la seguridad de mi albergue y los cuidados de