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EDIPO EN COLONO

silencio; pues no quiero renovar mis sufrimientos con la relación de las mismas. La discordia que actualmente existe entre tus dos malaventurados hijos es lo que vengo a anunciarte. En un principio tenían ambos el mismo deseo de dejar el trono a Creonte y no ensangrentar la ciudad, considerando, con razón, que la ruina que de antiguo aniquilaba a la familia, amenazaba a tu desdichada casa. Mas ahora no sé qué deidad se unió a la perversa intención de los mismos para infundir en los muy malaventurados la funesta rencilla de apoderarse del mando y del supremo poder; y tanto, que el joven, y por lo mismo menor en edad, privó del trono al mayor, a Polinices, y lo expulsó de la patria. Éste, según la noticia más autorizada que entre nos otros corre, se fué a Argos, el de suelo quebrado, donde, con su reciente casamiento, se ha procurado fieles aliados; de modo que pronto los argivos someterán a su imperio la tierra cadmea, o serán causa de que la gloria de ésta se eleve hasta las nubes. Éstos no son solamente vanos rumores, padre, sino hechos que aterrorizan. Ni puedo prever dónde pondrán los dioses el término de tus desgracias.

Edipo.—¿Es que tenías esperanza de que los dioses tuvieran algún cuidado de mí, de modo que algún dia me pudiera salvar?

Ismena.—Si, padre, según recientes oráculos.

Edipo.—¿Cuáles son? ¿Qué han profetizado, hija?

Ismena.—Que los tebanos te han de buscar algún dia, vivo o muerto, por causa de su salvación.

Edipo.—¿Quién puede esperar beneficio de un hombre como yo?

Ismena.—En ti dicen que estriba la fuerza de ellos.

Edipo.—¿Cuando nada soy es cuando soy hombre?