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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Ismena.—Y también a la mia; a las tres.

Edipo.—¡Hija! ¿Por qué has venido?

Ismena.—Por el cuidado que me inspiras, padre.

Edipo.—¿Acaso por añoranza?

Ismena.—Y para darte yo misma nuevas noticias, he venido con el único criado que me es fiel.

Edipo.—Y tus dos jóvenes hermanos, ¿en qué se ocupan?

Ismena.—Déjalos dondequiera que estén; que terribles odios hay entre ellos.

Edipo.—¡Ay de ellos, que en su vida y carácter se parecen en todo a la manera de ser de los egipcios! Allí los hombres permanecen en casa fabricando tela, y sus consortes trabajan fuera, proveyendo siempre a las necesidades de la vida. Asimismo, hijas mias, vuestros hermanos, que debían tomar a su cargo los cuidados que las dos tenéis, se quedan en casa como doncellas; y vosotras sufris, en lugar de ellos, las miserias de este desdichado padre. Ésta, pues, desde que salió de la infancia y su cuerpo se vigorizó, siempre conmigo y vagando sin ventura, me sirve de guia, errando por agrestes selvas, descalza y hambrienta, expuesta a las lluvias y a los ardores del sol, prefiriendo a la delicada vida de palacio el penoso placer de proporcionar algún alimento a su padre. Y tú, hija mia, sin que lo supieran los cadmeos, viniste antes a anunciar a tu padre las profecías del oráculo acerca de mi cuerpo, y fuiste mi fiel compañera cuando me expulsaron de la patria. Y ahora, Ismena, ¿qué noticia vienes a traer a tu padre? ¿Cuál es el motivo que te ha hecho salir de casa? Porque no vienes sin algún objeto, bien lo sé yo; y temo que me anuncies alguna nueva desgracia.

Ismena.—Las penas que he sufrido, ¡oh padre!, bus cando el sitio en que podria encontrarte, las pasaré en