Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/172

Esta página ha sido corregida
152
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

bien. ¿Cómo es posible que yo sea de índole depravada, si no he hecho más que repeler el daño que sufría, de manera que aunque hubiese obrado con pleno conocimiento no podría ser criminal? Sin conciencia, pues, de mis actos llegué adonde he llegado; mientras que los que me hicieron sufrir, me perdieron con pleno conocimiento. Por todo esto, pues, os suplico en nombre de los dioses, ¡oh extranjeros!, que me salvéis como me lo habéis prometido; y que no despreciéis a los dioses queriendo honrarlos. Pensad que ellos tienen siempre fija la vista lo mismo en los hombres piadosos que en los impíos, y que ninguno de éstos puede eludir su justicia. Reflexionando sobre esto, no obscurezcáis la fama de la gloriosa Atenas, creyendo que la honráis con obras impías; sino que, como acogisteis al suplicante que en vosotros confió, defendedlo y protegedlo. No me desdeñéis al ver el aspecto horrible que os presenta mi cara; pues llego aqui consagrado a los dioses y lleno de piedad, trayendo además provecho, a los habitantes de este pais. Cuando venga vuestro soberano, sea quien quiera el que os gobierna, se lo diré y lo sabréis. Mientras tanto, no me maltratéis.

Coro.—Necesario es, ¡oh anciano!, que respete tus deseos que me acabas de exponer con tan graves razones. Bástame, pues, enterar de todo ello al soberano de la región.

Edipo.—¿Y dónde está el que gobierna este pais, extranjeros?

Coro.—Habita en la capital, donde residieron sus padres. El mensajero que me hizo venir aquí ha ido a llamarlo.

Edipo.—¿Creéis que hará algún caso de este ciego, o que se interesará hasta el punto de venir aquí?

Coro.—Seguramente, apenas oiga tų nombre.