Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/168

Esta página ha sido corregida
148
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

doles mentalmente las plegariasde nuestro corazón; mas ahora corre el rumor de que sin ningún respeto ha entrado aquí un impío a quien yo no puedo ver por este bosque ni saber dónde se oculta.

Edipo.—Ese a quien buscáis soy yo. En vuestra voz conozco lo que predijo el oráculo.

Coro.—¡Ay, ay! ¡Qué horror da el verle! ¡Qué es panto el oirle!

Edipo.—No me toméis por un malvado, os lo suplico.

Coro.—Júpiter salvador, ¿quién es este viejo?

Edipo.—Quien no merece llamarse feliz por su anterior suerte, ¡oh guardianes de esta región!, ya lo estáis viendo. De otra manera no necesitaria de ajenos ojos que me guiaran; ni, si fuera poderoso, tendría necesidad de sostenerme en tal débil apoyo.

Coro.—¡Aaah! ¡No tiene ojos! ¿Acaso, infeliz, eres ciego de nacimiento? Viejo estás ya, según veo; pero mientras de mi dependa, no te dejaré añadir un sacrilegio a tanta calamidad. Márchate, márchate. Pero para no caer en esa silenciosa y verde cañada, por donde corre una fuente de abundante agua que mezclamos en los vasos con la miel de las libaciones, ten mucho cuidado, desdichado extranjero; a pártate, retirate. Mucha distancia nos separe. ¿Lo oyes, miserable vagabundo? Si tienes que decirme algo sal de ese sitio prohibido, y cuando estés en lugar público, habla; pero antes guarda silencio.

Edipo.—Hija mia, ¿qué pensaremos de esto?

Antígona.—Padre, preciso es que obedezcamos a los ciudadanos y hagamos de buen grado lo que nos mandan.

Edipo.—Cógeme, pues.

Antígona.—Ya te tengo.