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EDIPO EN COLONO

aquellos que, desterrándome, me expulsaron; y además, que como señales que me indicaran el cumplimiento del oráculo, acontecería un terremoto, un trueno o un relámpago. Comprendo ahora que no es posible que yo hubiera emprendido este camino sin que una secreta inspiración de vuestra parte me guiara por él a este bosque; porque de no ser así, no habría podido suceder que yo, que no bebo vino, me encontrase en mi camino, antes que con otras deidades, con vosotras, que no queréis vino en los sacrificios; ni que me sentara en este rústico ni venerable poyo. Concededme, pues, ¡oh diosas!, en conformidad con los oráculos de Apolo, el término de mi vida y liberación de mis males, si os parece que ya he sufrido bastante, viviendo siempre sujeto a las mayores desgracias que han afligido a los mortales. Venid, ¡oh dulces hijas del antiguo Escoto!; ven también tú, que llevas el nombre de la poderosa Palas, ¡oh Atenas!, la más veneranda de todas las ciudades; apiadaos del miserable Edipo, que ya no es más que un espectro, pues nada le queda de su anterior hermosura.

Antígona.—Calla, que vienen unos ancianos a ver dónde estás sentado.

Edipo.—Callaré; pero sácame del camino y ocúltame en el bosque hasta que me entere de lo que hablan; porque en escuchar consiste la precaución de lo que se haya de hacer.

Coro.—Mirad. ¿Quién era? ¿Dónde está? ¿Dónde se ha ido, alejándose de aquí, el más temerario de los mortales? Mirad bien, examinad, buscadle por todas partes. Un vagabundo, vagabundo era el viejo, no nacido en esta región; pues jamás habría entrado en este sagrado bosque de las inexorables virgenes, cuyo nombre no pronunciamos por temor, y ante las cuales pasamos sin levantar nuestros ojos y sin proferir palabra, envián-