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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Edipo.—¿Quién es? ¿Ejerce su imperio con pruden cia y fuerza?

El Extranjero.—Teseo se llama; es hijo y sucesor de Egeo

Edipo.—¿Podría alguno de vosotros llevarle un mensaje de mi parte?

El Extranjero.—¿Con qué objeto? ¿Para darle alguna noticia o para decirle que venga?

Edipo.—Para que me haga un pequeño favor y obtenga, en cambio, gran ventaja.

El Extranjero.—¿Y qué ventaja se puede sacar de un hombre que no ve la luz?

Edipo.—Cuanto deba decirle, se lo diré todo con la mayor claridad.

El Extranjero.—¿Estás cierto, ¡oh extranjero!, de que ahora no te equivocas? Y puesto que eres noble, según parece, aunque desgraciado, espera aquí en donde estás hasta que entere de todo a los habitantes de estos lugares, sin necesidad de ir a la ciudad. Ellos decidirán si debes permanecer aquí o continuar tu camino.

Edipo.—Hija mia, ¿se ha ido ya el extranjero?

Antígona.—Si, padre; y tanto, que puedes decir tranquilamente cuanto quieras, que sola estoy a tu lado.

Edipo.—¡Oh venerandas deidades que intimidáis con vuestra mirada! Ya que vosotras sois las primeras en cuyo sagrado bosque he descansado yo al entrar en esta tierra, sed indulgentes conmigo y con Febo, quien, cuando me anunció todas mis desgracias, me indicó también que el término de ellas lo hallaría después de largo tiempo, cuando en llegando a lejana región en contrase asilo en mansión de venerandas deidades, donde terminaría mi trabajosa vidă en provecho de los habitantes que me dieran albergue y en castigo de