Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/164

Esta página ha sido corregida
144
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

bierto de laureles, olivos y viñas, y muchos son los ruiseñores que dentro de él cantan melodiosamente. Reclina aqui tus miembros sobre esta rústica roca, pues has caminado más de lo que conviene a un anciano.

Edipo.—Siéntame, pues, y ten cuidado del ciego.

Antígona.—Tanto tiempo lo vengo teniendo, que no necesito que me lo recuerdes.

Edipo.—¿Puedes decirme en qué sitio estamos?

Antígona.—Sé que estamos en Atenas, pero desconozco el sitio.

Edipo.—Eso nos han dicho todos los que hemos encontrado en el camino.

Antígona.—¿Quieres que vaya a preguntar qué sitio es éste?

Edipo.—Si, hija mía, y mira si es habitable.

Antígona.—Habitable lo es; y creo no tengo necesidad de alejarme, porque veo un hombre cerca de nosotros.

Edipo.—¿Es que viene en dirección hacia aquí?

Antígona.—Como que ya lo tenemos delante. Pregúntale, pues, lo que deseas saber, que aquí lo tienes.

Edipo.—Extranjero, enterado por ésta, cuyos ojos ven por ella y por mí, de que llegas muy a propósito para informarnos de lo que necesitamos saber, y decirnos...

El Extranjero.—Antes de pasar adelante en tu pregunta, quitate de ese asiento. Estás en sitio que no es permitido hollar.

Edipo.—¿Qué sitio es éste? ¿A qué deidad está consagrado?

El Extranjero.—Sitio santo que no se puede habitar. Es posesión de las terribles diosas, hijas de la Tierra y de la Tiniebla.

Edipo.—¿Cuál es su venerable nombre? Dímelo, para que pueda dirigirles mi plegaria.