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EDIPO, REY

rirlo apareci como sembrador en el mismo campo en que yo fui sembrado. Y lloro sobre vosotras —ya que veros no puedo— al considerar cuán amarga es la vida que os queda, tal como la habéis de pasar entre los hombres. Pues ja qué reuniones de los ciudadanos iréis, а qué fiestas, de donde no os volváis llorando a casa, en vez de gozar del espectáculo? Y cuando ya lleguéis a la nubilidad, ¿quién será el hombre, quién, ¡oh hijas!, que se decida a tomar oprobio tal, que para mis progenitores y para vosotras a la vez ha de ser afrentoso? Pues ¿qué ignominia falta aquí? A su padre vuestro padre mató; a la que le había parido fecundó, sembrando en donde él mismo había sido sembrado, y en el mismo seno os engendró, donde él fué concebido. Tales injurias sufriréis; y así, ¿quién os va a tomar por esposas? Nadie, ¡oh hijas!; sino que, sin duda ninguna, estériles y sin casaros es preciso que os marchitéis. ¡Oh hijo de Meneceo!, ya que sólo tú como padre de ellas quedas —pues nosotros dos, los que las engendramos, hemos perecido ambos—, no consientas que ellas, como mendigas, sin maridos y sin familia, vayan errantes; ni dejes que su desgracia llegue a igualarse con la mia; sino compadécelas, viendo que en la edad en que están, de todo quedan privadas, excepto de lo que de ti dependa. Prométemelo, ¡oh generoso!, tocándome con tu mano. Y a vosotras, ¡oh hijas!, si tuvierais ya reflexión, muchas cosas os aconsejaría; pero ahora esto es lo que os deseo: que donde se os presente la ocasión de vivir, alcancéis mejor vida que el padre que os ha engendrado.

Creonte.—Bastante has llorado ya; entra en palacio.

Edipo.—Hay que obedecer, aunque no sea mi gusto.

Creonte.—Toda cosa en su punto es buena.

Edipo.—¿Sabes para que voy?

Creonte.—Dilo y me enteraré cuando lo oiga.