Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/156

Esta página ha sido corregida
136
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

no tengo valor para mirarte, a pesar de que deseo preguntarte muchas cosas, saberlas de tí y contemplarte. Tal es el horror que me infundes.

Edipo.—¡Ay, ay! ¡Ay, ay! ¡Infeliz de mí! ¿Dónde estoy con mi desdicha? ¿Adónde vuela mi vibrante voz? ¡Oh demonio! ¿Dónde me has precipitado?

Coro.—En desgracia horrible, inaudita, espantable.

Edipo.—¡Oh nube tenebrosa y abominable que como monstruo te has lanzado sobre mí, indomable e irremediable! ¡Ay de mi! ¡Ay de mí! ¡Cómo me penetran las punzadas del dolor y el recuerdo de mis crímenes!

Coro.—Y no es de admirar que en medio de tan grandes sufrimientos llores y te aflijas por la doble desgracia que te oprime.

Edipo.—¡Ay amigo! Tu sigues siendo mi compañero fiel, ya que tienes cuidado de este ciego. ¡Ay, ay! No se me oculta quién eres; pues aunque ciego, conozco muy bien tu voz.

Coro.—¡Qué atrocidad has cometido! ¿Cómo tuviste valor para arrancarte así los ojos? ¿Qué demonio te incitó?

Edipo.—Apolo es el culpable, Apolo, amigos mios; él es el fautor de mis males y crueles sufrimientos. Pero nadie me hirió, sino yo mismo en mi desgracia ¿Para qué me servía la vista, si nada podía mirar que me fuese grato ver?

Coro.—Así es, como lo dices.

Edipo.—¿Qué cosa, en verdad, puedo yo mirar ni amar? ¿A quién puedo yo dirigir la palabra o escuchar con placer, amigos? Echadme de esta tierra lo más pronto posible; desterrad, amigos, a la mayor calamidad, al hombre maldito y más aborrecido que ningún otro de los dioses.

Coro.—Digno de lástima eres, lo mismo por tus