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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

El Criado.—Sí; esclavo no comprado, sino nacido en casa.

Edipo.—¿En qué labor te ocupabas o cuál era tu vida?

El Criado.—De los rebaños cuidé la mayor parte del tiempo.

Edipo.—¿Y qué regiones recorrías con más frecuencia?

El Criado.—El Citerón y las regiones vecinas.

Edipo.—Y a este hombre, ¿recuerdas si lo has visto alguna vez?

El Criado.—¿En qué circunstancias? ¿De qué hombre hablas?

Edipo.—De este que está presente. ¿Has tenido trato alguno con él?

El Criado.—No te lo puedo decir en este momento; no recuerdo.

El Mensajero.—No es de admirar, señor; pero yo le haré recordar claramente lo que ha olvidado; pues yo sé muy bien que él se acuerda de cuando en los prados del Citerón apacentaba él dos rebaños, y yo uno solo, y los dos pasábamos juntos tres semestres enteros, desde el fin de la primavera hasta que aparecía la estrella Arcturo[1]. Al llegar el invierno recogía yo mi rebaño en mis apriscos y éste en los corrales de Layo. ¿Es o no verdad esto que digo?

El Criado.—Dices verdad, aunque ha pasado mucho tiempo.

El Mensajero.—Dime, pues, ahora: ¿sabes que entonces me entregaste un niño para que yo lo criase como si fuera hijo mío?

El Criado.—¿Y qué? ¿Por qué me haces ahora esa pregunta?


  1. A mediados de septiembre.