Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/148

Esta página ha sido corregida
128
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Yocasta.—¿De quién habla ése? No hagas caso de nada, y haz por olvidarte de toda esa charla inútil.

Edipo.—No puede ser que yo, con tales indicios, no aclare mi origen.

Yocasta.—Déjate estar de eso, por los dioses, si algo te interesas por tu vida; que bastante estoy sufriendo yo.

Edipo.—No tengas miedo; que tú, aunque yo resultara esclavo, hijo de mujer esclava nacida de otra esclava, no aparecerás menoscabada en tu honor.

Yocasta.—Sin embargo, créeme, te lo suplico, no prosigas eso.

Edipo.—No puedo obedecerte hasta que no sepa esto con toda claridad.

Yocasta.—Pues porque pienso en el bien tuyo, te doy el mejor consejo.

Edipo.—Pues esos buenos consejos me atormentan hace ya tiempo.

Yocasta.—¡Ay malaventurado!, ¡Ojalá nunca sepas quién eres!

Edipo.—¿Pero no hay quien me traiga aquí a ese pastor? Dejad que ésta se regocije de su rica genealogía.

Yocasta.—¡Ay, ay, infortunado!, que eso es lo único que puedo decirte, porque en adelante no te hablaré ya más.

Coro.—¿Por qué, Edipo, se ha ido tu mujer arrebatada de violenta desesperación? Temo que tales lamentos estallen en grandes males.

Edipo.—Que estallen, si es menester; que yo quiero conocer mi origen, aunque éste sea de lo más humilde. Ella, naturalmente, como mujer que es, tiene orgullo, y se avergüenza de mi obscuro nacimiento. Pero yo, que me considero hijo de la Fortuna, que me ha colma-