Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/136

Esta página ha sido corregida
116
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

Edipo.—Te diré, mujer; pues te respeto más que a éstos, el complot que Creonte la urdido contra mí.

Yocasta.—Habla, a ver si con tu acusación me aclaras el asunto.

Edipo.—Dice que yo soy el asesino de Layo.

Yocasta.—¿Lo ha inquirido por sí mismo o lo ha sabido por otro?

Edipo.—De un miserable adivino que me ha enviado; pues él personalmente no me acusa.

Yocasta.—Pues déjate de todo eso que estás diciendo. Escúchame y verás cómo ningún mortal que posea el arte de la adivinación tiene que ver nada contigo. Te daré una prueba de esto en pocas palabras. Un oráculo que procedia, no diré que del mismo Febo, sino de alguno de sus ministros, predijo a Layo que su destino era morir a manos de un hijo que tendría de mí. Pero Layo, según es fama, murió asesinado por unos bandidos extranjeros en un paraje en que se cruzaban tres caminos; respecto del niño, no tenia aún tres dias cuando su padre le ato de los pies y lo entregó a manos extrañas para que lo arrojaran en un monte intransitable. Ahi tienes, pues, cómo ni Apolo dió cumplimiento a su oráculo, ni el hijo fué asesino de su padre, ni a Layo atormentó más la terrible profecia de que habia de morir a manos de su hijo. Asi quedaron las predicciones proféticas, de las que tú no debes hacer ningún caso; porque cuando un dios quiere hacer una revelación, fácilmente él mismo la da conocer.

Edipo.—¡Cómo, desde que te estoy escuchando, ¡oh mujer!, divaga mi espíritu y me tiembla el corazón!

Yocasta.—¿Qué inquietud te agita y te hace hablar asi?

Edipo.—Creo haberte oido que Layo fué muerto en un cruce de tres caminos.

Yocasta.—Así se dijo y no cesa de repetirse.