Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/128

Esta página ha sido corregida
108
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

hijos; hijo y marido de la mujer que lo parió, y comarido y asesino de su padre. Retírate, pues, y medita sobre estas cosas; que si me coges en mentira, ya podrás decir que nada entiendo del arte adivinatorio.

Coro.—¿Quién es ese que, según manifiesta la profética piedra délfica, llevó a cabo con homicidas manos el más horrendo e infando crimen? Hora es ya de que emprenda la huída con pie más ligero que el de los caballos impetuosos del huracán; pues armado de rayos y relámpagos, se lanza contra él el hijo de Júpiter, al propio tiempo que le persiguen las terribles e inevitables Furias. Desde el nivoso Parnaso se ha difundido recientemente la espléndida luz del oráculo, para que todo el mundo descubra la pista de ese hombre desconocido, que sin duda anda errante por agreste selva, ocultándose en los antros y brincando por las peñas, huyendo inútilmente como toro salvaje, para evitar en su infortunada fuga las profecías salidas del centro de la tierra[1]; pero ellas, siempre vivas, van revoloteando en torno de él. Terriblemente, pues; terriblemente me ha dejado en confusión el sabio adivino, cuyas profecías ni puedo creer, ni tampoco negar. No sé qué decir. Vuelo en alas de mi esperanza, sin poder ver nada claro de lo presente ni de lo porvenir. Que entre los Labdácidas y el hijo de Pólibo haya habido contienda, ni ha llegado a mi noticia antes de ahora, ni tampoco al presente he oído nada que me sirva de criterio para intervenir en el público rumor acerca de Edipo y aparecer como auxiliar del misterioso asesinato de Layo. Mas Júpiter y Apolo también en su excelsa penetración saben cuanto ocurre entre los mortales; pero que entre los hombres un adivino sepa en esto más que yo, no es


  1. Delfos.