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EDIPO, REY

pájaros de raudo vuelo y más veloces que devoradora llama, llegan los muertos a la orilla del dios de la muerte, despoblándose la ciudad con tan innumerables defunciones. Los cadáveres insepultos yacen, inspirando lástima, sobre el suelo en que se asienta la muerte; jóvenes esposas y encanecidas madres gimen al pie de los altares implorando remedio a tan aflictiva calamidad. Por todas partes se oyen himnos plañiderou mezclados con gritos de dolor, contra el cual, ¡oh espléndida hija de Júpiter!, envianos saludable remedio. Y a Marte el cruel, que ahora sin hierro ni escudo me destruye acosándome por todas partes, hazle la contra haciendo que se vuelva en fugitiva carrera lejos de la patria, ya se vaya al ancho tálamo de Anfitrita, ya a las inhospitalarias orillas del mar de Tracia; pues ahora en verdad, si la noche me lleva algún consuelo, durante el dia me lo desvanece. A ése, ¡oh padre Júpiter, que gobiernas la fuerza de encendidos relámpagos!, destrúyelo con tu rayo.

¡Oh dios de Licia! Quisiera que las indomables flechas de tu dorado arco se lanzaran a diestra y siniestra, dirigidas en mi auxilio; y también los encendidos dardos de Diana, con los cuales se lanza a través de las licias montañas. Yo te invoco también, dios de la tiara de oro, que llevas el sobrenombre de esta tierra, vinoso Baco, incitador de gritos de orgia, compañero de las Ménadas: ven con tu resplandeciente y encendida tea, contra el dios que es deshonra entre los dioses.

Edipo.—He oído tu súplica; y si quieres prestar atención y obediencia a mis palabras y ayudarme a combatir la peste, podrás conseguir la defensa y alivio de tus males. Yo voy a hablar como si nada supiera de todo lo que se dice, ajeno como estoy del crimen. Pues yo solo no podría llevar muy lejos mi investigación, si no