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TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

al dios. Y no por mor de un amigo lejano, sino por mí mismo, disiparé las tinieblas que envuelven este crimen. Pues sea cual fuere el que mató a Layo, es posible que también me quiera matar con la misma osadia; de modo que cuanto haga en bien de aquél, lo hago en provecho propio. En seguida, pues, hijos mios, levantaos de vuestros asientos, alzando en alto los ramos suplicantes, y que otro convoque aqui al pueblo de Cadmo, pues yo lo he de averiguar todo; y no hay duda de que o nos salvaremos con el auxilio del dios, o pereceremos.

Sacerdote.—Levantémonos, hijos, que nuestra venida aquí no tuvo otro objeto que el que éste nos propone. Ojalá Febo, que nos envia este oráculo, sea nuestro salvador y haga cesar la peste.

Coro.—¡Oráculo de Júpiter, que consoladoras palabras tienes!, ¿qué vienes a anunciar a la ilustre Tebas, desde el riquisimo santuario de Delfos? Mi asustado corazón palpita de terror, ¡ay, Delio Peán!, preguntándome qué suerte tú me reservas, ya para los tiempos presentes, ya para el porvenir. Dímelo, ¡hijo de la dorada Esperanza, oráculo inmortal!

A tí la primera invoco, hija de Júpiter, inmortal Minerva, y a Diana, tu hermana, protectora de esta tierra, que se sienta en el glorioso trono circular de esta plaza, y a Febo, que de lejos hiere. ¡Oh trinidad liberadora de la peste, apareceos en mi auxilio! Si ya otra vez, cuando la anterior calamidad surgió en nuestra ciudad, extinguisteis la extraordinaria fiebre del mal, venid también ahora. ¡Oh dioses!, innumerables desgracias me afligen. Se va arruinando todo el pueblo, y no aparece idea feliz que nos ayude a librarnos del mal. Ni llegan a su madurez los frutos de esta célebre tierra, ni las mujeres pueden soportar los crueles dolores del parto; sino que, como se puede ver, uno tras otro, como