Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/117

Esta página ha sido corregida
97
EDIPO, REY

Creonte.—En esta tierra, ha dicho. Lo que se busca es posible encontrar, así como se nos escapa aquello que descuidamos.

Edipo.—¿Fue en la ciudad, en el campo o en extranjera tierra donde Layo murió asesinado?

Creonte.—Se fué, según nos dijo, a consultar con el oráculo, y ya no volvió a casa.

Edipo.—¿Y no hay ningún mensajero ni compañero de viaje que presenciara el asesinato y cuyo testimonio pudiera servirnos para esclarecer el hecho?

Creonte.—Han muerto todos, excepto uno, que huyó tan amedrentado, que no sabe decir más que una cosa de todo lo que vió.

Edipo.—¿Cuál? Pues una sola podría revelarnos muchas, si proporcionara un ligero fundamento a nuestra esperanza.

Creonte.—Dijo que le asaltaron unos ladrones, y como erän muchos, lo mataron; pues no fué uno solo.

Edipo.—¿Y cómo el ladrón, si no hubiese sido sobornado por alguien de aqui, habría llegado a tal grado de osadía?

Creonte.—Eso creiamos aquí; pero en nuestra des gracia no apareció nadie como vengador de la muerte de Layo.

Edipo.—¿Y qué desgracia, una vez muerto vuestro rey, os impidió descubrir a los asesinos?

Creonte.—La Esfinge con sus enigmas, que obligándonos a pensar en el remedio de los males presentes, nos hizo olvidar un crimen tan misterioso.

Edipo.—Pues yo procuraré indagarlo desde su origen. Muy justamente Apolo y dignamente tú habéis manifestado vuestra solicitud por el muerto; de manera que me tendréis siempre en vuestra ayuda para vengar, como es mi deber, a esta ciudad y al mismo tiempo