Página:Las siete tragedias de Sófocles - Biblioteca Clásica - CCXLVII (1921).pdf/104

Esta página ha sido corregida
84
TRAGEDIAS DE SÓFOCLES

cesen de reir. Procura también que la madre no conozca por la alegría de tu semblante que yo estoy de vuelta en casa, sino que lamentando, aunque sea falsamente, tu desgracia, llora como antes; que cuando triunfemos ya nos regocijaremos y reiremos sin temor.

Electra.—Pues, hermano, como tú lo quieras así lo quiero yo; porque la alegría que tengo, de tí la he recibido, que yo no la tenía; ni me gustaría darte el más leve pesar, por mucha que fuera la utilidad que me reportara, pues no te ayudaría debidamente en este favorable trance; pero ya sabes lo de aquí. ¿Cómo no? Has oído que Egisto está fuera y en casa la madre sola, la que no temas que vea nunca mi cara regocijada de alegría, pues antiguo odio se ha infiltrado en mí, y desde que te veo no ceso de derramar lágrimas de alegría. ¿Y cómo podré cesar, si en un mismo día te ví muerto y vivo? Has hecho en mí tales prodigios, que si se me presentara vivo el padre no lo tendría por imposible, sino que daría fe a mis ojos. Y puesto que tal viaje has hecho por mí, empieza como sea tu deseo; que yo, si sola me hubiera quedado, no habría escapado de una de estas dos cosas: o me habria salvado con honra, o con honra habría sucumbido.

Orestes.—Te aconsejo que calles, pues oigo pasos de alguien que sale.

Electra.—Entrad, extranjeros, ya que sois portadores de lo que nadie en esta casa rechazará ni recibirá con alegría.

El Ayo.—¡Ah mentecatos, que habéis perdido la razón! ¿Es que en nada estimáis la vida, o que habéis perdido enteramente el juicio, cuando no os hacéis cargo de que no estáis ante un peligro futuro, sino envueltos por todas partes en uno de los más terribles trances? Pues si no hubiera tenido yo que estar de guardia en