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Candelaria Soto.


— Busco a doña Candelaria Soto, dijo el oficial entrando.

— ¿A doña Candelaria o a su madre? respondió esta sobresaltada.

— Imponeos de este pliego i cumplid sus órdenes.

La angustiada madre tomó el pliego, leyólo i quedóse inmóvil.

Contenia la órden de encerrar a la jóven en la fortaleza de Penco: un subterráneo profundo i pantanoso en el cual apénas se encerraba por quince dias a los mayores criminales.

— Mi hija no irá sola a esa prision, dijo la madre, yo la acompañaré.

— Tengo órden de conducirla sin otra compañía que la de mi tropa, respondió el oficial.

— Pues yo sabré burlar tanta infamia, dijo Candelaria tomando de la mesa un cuchillo para darse la muerte.

El oficial, a pesar de su dureza, sintió el predominio que tiene la inocencia i la hermosura en los momentos de su dolor; i manifestándose algo conmovido accedió a que la madre acompañara a la hija.