fuerzos estraordinarios, no podian dar caza a ese ser misterioso, que los desorientaba con la rapidez de sus correrías i sobre el cual se circulaban las versiones mas contradictorias. La mitad de la gloria del paso de los Andes se debe a Manuel Rodriguez; sin sus servicios el ejército libertador pudo haber sido despedazado entre los peligrosos desfiladeros de aquellas montañas, que solo permiten marchar uno o dos hombres de frente.
Marcó reconcentró toda su atencion i todos los elementos bélicos de que disponia en destruir esta sombra que le atormentaba hasta en su mismo lecho; temia mas al enemigo desorganizado del interior que al poderoso ejército que se reunia en la falda oriental de los Andes; pero, ¿cómo dar alcance a ese fantasma cuya sombra apénas se dejaba diseñar?
— Ayer ha pasado por aquí, decian los campesinos; iba al trote de su negro caballo; su blanca barba ocultaba su rostro. Era un fraile capuchino rodeado de penitentes.
— Nó, ayer estuvo en Santiago, decían otros; abrió personalmente la puerta de la carroza de Marcó i le ayudó a descender. Ha sido él: