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CUENTOS ÁRABES. 9 exquisito, precioso y peregrino. Sin embargo se esmera en divertirle de. continuo con nuevos recreos ; pero los festejos mas halagüeños, lejos de alegrarle, solo sirven para agravar su pesadumbre. India habiendo dispuesto Chahriar una cacería á dos jornadas de su capital en un paraje en que habia particularmente muchos ciervos, Chahzenan le pidió que le dispensase de acompañarle, diciéndole que no se lo permitía el estado de su salud. El sultán no quiso violentarle, y dejándole en libertad, marchó con su corte á aquella diversión. Después de su partida, el rey de la Gran Tartaria , viéndose solo, se encerró en su aposento y se sentó junto á una ventana que caia sobre el jardín. Aquel sitio ameno y el gorjeo de gran número de pájaros le hubieran causado deleite, á haberlo podido disfrutar; pero siempre atormentado con el recuerdo funesto déla acción infame de la reina, clavaba los ojos menos en el jardín que en el cielo para quejarse de su desdichada suerte. No obstante, por muy embargado que estuviera con sus pesares, no dejó de advertir un objeto que llamó toda su atención. Abrióse de repente una puerta reservada del palacio del sultán, y salieron veinte mujeres, en medio de las cuales se adelantaba la sultana con arreos que desde luego la hacían sobresalir. Esta princesa, conceptuando que el rey de la Gran Tartaria habia ido también á cazar, se acercó á las celosías del aposento de este príncipe, el cual, queriendo observarla por curiosidad, se colocó de modo que podia verlo todo sin ser visto. Advirtió que las personas que acompañaban á la sultana se descubrían el rostro que habían tenido hasta entonces tapado, deponiendo todo miramiento, y que se quitaban unos largos vestidos que llevaban encima de otros mas cortos; pero su estrañeza fué estremada cuando vio que en aquella comitiva, que le habia parecido compuesta de mujeres, habia diez negros que cargaron cada uno con su querida. Por su parte, la sultana no estuvo mucho tiempo sin amante ; dio algunas palmadas llamando: ¡Masud, Masud! y al punto otro negro se descolgó de un árbol y corrió á ella desaladamente. El empacho no permite referir cuanto pasó entre aquellas mujeres y dichos negros, y además es escusado circunstanciarlo (1), bastando decir que Chahzenan vio lo suficiente para juzgar que no era su hermano menos digno de lástima que él. Los juegos de aquella alegre cuadrilla duraron hasta las doce de la noche, hora en que, después de haberse bañado todos juntos en un estanque del jardín, volvieron á vestir sus trajes y se restituyeron por la puerta secreta al palacio del sultán, y Masud, que habia venido de afuera por encimado la tapia del jardín, se volvió por el mismo sitio. Como el rey de la Gran Tartaria lo habia presenciado todo, se le agolparon un sinnúmero de reflexiones : «¡Con cuan poca razón creia yo,» recapacitaba, a que era única mi desventura !No cabe duda en que este es el destino inevitable de todos los maridos, ya que mi hermano el sultán, soberano de tantos estados, y el mayor príncipe del orbe , no ha podido evitarlo. Ea, pues, si á qué dejarme consumir de pesar! Esto es hecho: el recuerdo de una desdicha tan común no alterará en adelante el reposo de mi vida. » Con efecto , desde aquel momento cesó de apesadumbrarse , y como no habia querido cenar hasta después de haber presenciado todo el drama que se acababa de representar bajo sus ventanas, mandó entonces que le sirviesen, comió con mejor apetito de lo que acostumbraba desde su salida de Samarcanda , y aun oyó con gusto un concierto agradable de voces é instrumentos con que acompañaron la cena. Los dias siguientes estuvo de muy buen humor, y cuando supo que el sultán estaba de vuelta , le salió al encuentro y le cumplimentó con tono festivo. Al pronto Chahriar no advirtió aquella mudanza , pues solo pensó en reconvenirle amistosamente de que habia rehusado acompañarle , y sin darle tiempo para responder á sus quejas, le habló de los muchísimos ciervos y alimañas que habia cojido, y por último, de lo infinito que se habia divertido. Chahzenan tomó la palabra luego, después de haberle escuchado con atención, y como ya no tenia aquel pesar que embargaba todas sus potencias, prorumpió en mil espresiones halagüeñas y chistosas. El sultán, que habia esperado encontrarle con el desconsuelo en que le habia dejado, se alegró de verle tan gozoso. « Hermano mió,» le dijo, «doy gracias al cielo por el trueque feliz que ha obrado en ti durante mi ausencia ; pero te ruego que me concedas lo que voy á pedirte. — ¿A qué puedo rehusarte ? » respondió el rey de Tartaria. « Todo lo puedes con Chahzenan , habla ; ansiando estoy de saber lo que de mí deseas. —Desde que estás en mi corte,» prosiguió Chahriar , « le he visto ahí embargado en aciaga melancolía , habiéndome esmerado infructuosamente en desvanecerla con toda clase...

1) El público no tomará á mal que el traductor encubra un tanto esta escena y otras semejantes; pues las costumbres europeas no consienten la llaneza y el desembozo do las orientales.